martes, 2 de noviembre de 2010

PALPITACIÓN EN LA PORTADA . Josefina Núñez Montoya

Tiene que ser en noviembre, el uno de noviembre. Solo en ese día se puede visitar la tumba de Gérôme. Eso me dijo el guardia del cementerio de Montmartre, cuando se hizo escuchar con un silbato, cuando iba a cerrar la cancela gigantesca, al caer la noche.

“Baños árabes” es el título del cuadro de Gérôme que ilustra la portada del libro Tres gotas de sangre. Un artista francés, escultor y pintor, que viajó por los orientes del siglo XIX. También rico y aristócrata, como otros escritores y pintores románticos coetáneos, que ha sabido transmitir a través de sus obras, la emoción de lo asombroso y la emoción de que es posible cambiar lo continuo y lo que parece universal.

Yo lo busqué durante un tiempo. En cierta manera atraída por un cuadro que elegí para ilustrar un pequeña investigación que titulé Pigmalión en el saladillo, y que luego tomó más relevancia y propensión que el estudio mismo. Se veía a un príncipe Chipriota que había esculpido a una mujer, la más perfecta posible en su imaginación porque ninguna de las mortales le satisfacía. Fue tanto el realismo y perfección de su trabajo que no pudo contener acercar sus labios a los de la estatua creyendo que estaba viva. Un beso de amor que le da vida. El cuadro iniciático en mi pasada búsqueda inmortaliza ese momento. La vida está visible en unos tonos rosáceos que se difunden desde la boca hacia el cuerpo. Qué candorosa figura. Ella con un peinado griego recogido con cintas, los brazos elevados, se la ve desnuda por detrás, de pie, sobre un podium. El cambio de color nos dice que se despierta, que toma vida por el deseo de su creador. Es un instante de palpitación inicial que se refleja en el color gélido y blanco del mármol que se va impregnando del color sonrosado del calor de la vida, engañando a mi vista que lo ve avanzar. Claro que este instante, en su sentido e interpretación del mismo, podría desviarlo hacia quejas y argumentaciones reprochablemente machistas, así mismo, al acercamiento a interpretaciones bíblicas. Pero no quiero. Me place destacar la importancia del efecto que tiene las expectativas de un ser querido en otro, tomando como referencia esta leyenda romántica fuera de una relaciones simétricas entre hombres y mujeres propias de nuestro tiempo occidental.

Ese cuadro en concreto, me contaminó de una fuerza que me indujo a seguirlo durante un tiempo con cierta ofuscación. Primero, viajando a donde se encontraba, luego yendo detrás de otros, hasta terminar en París, al encuentro de su cuerpo muerto. También de su mausoleo. Aquel que él mismo esculpiera cuando su hijo murió, el único de sexo masculino de cinco hijos. Pero Montmartre lo tenía oculto. Si bien, la escultura de Zola se levantaba visible sobre un pedestal, arrogante y fuerte contra un viento invisible y la simpleza de una lápida de un granito negro exclusivamente, con una letras doradas marcadas con el apellido Truffaut, llamaban al paseante, en cambio, el lugar de descanso de Jean-León Gérôme también era irreconocible por cualquiera de los transeúntes del cementerio con los que me encontré. Solo el guardia supo indicarme su ubicación estirando el brazo entero y el dedo corazón en la dirección a una zona que, una vez vista, parecía una cueva que se formaba por una calle que subía girándose a la derecha hasta pasar por encima de ella misma, como un puente por arriba. Ese desnivel dejaba un hueco que habían tapiado con una pared blanca y con una enorme puerta de madera pintada de verde. Allí, en ese frío y extraño lugar, escondido del trayecto usual, se encontraba la tumba de mi tan buscado pintor, al que localicé casi de noche, en la soledad terrorífica de un cementerio y con un guardián arrugado y frágil que seguía mi insolencia. Pero no, era mayo. Habrá que esperar al próximo uno de noviembre para ver aquella puerta verde abierta y el mármol de aquel hombre muerto.

Y parece que falleció rodeado de académicos y personas de renombre, con cargos otorgados por su labor artística reconocida.

Vuelve a conmoverme su pintura. Con las tres gotas de sangre de Sadeq Hedayat contenidas en los relatos, el del inicio y el del final del libro; inclusive su título; inclusive en la imaginación de quien mire con interés la portada del libro y observe como una mujer blanca y serena está dispuesta a tomar un baño árabe para limpiarse. Vuelve a conmoverme, la composición de la escena tan exótica y oriental, el contraste de las acciones y de pieles, la postura quiebra y lenta para la limpieza ¿Quién habrá elegido la portada? ¿Hedayat elige a Gerôme? Lo cierto es que el sentido pesimista de la existencia la manifiesta Hedayat con su prosa magnífica soportada en las costumbres y tradiciones orientales que zarandea con fuerza, como si fueran parábolas de una nueva religión, como lo hiciera el pintor con su obra.


No hay comentarios:

Publicar un comentario